lunes, 14 de febrero de 2011

La aventura de mi vida

Me invitaron a compartir un poco de la experiencia que viví cuando formé parte del equipo de la Fundación León XIII, Chiapas, y la verdad, no sé por dónde empezar, pero en fin, resulta que un día mientras trabajaba como diseñadora de modas, (esa es mi profesión) dentro de una enorme compañía transnacional. Me di cuenta de que por mucho dinero que ganará, odiaba mi vida, con casi 28 años encima, mi hacer por hacer no me dejaba satisfacción alguna, sentí que sería mejor hacer algo por alguien, aprovechar mi tiempo, esfuerzo y experiencia en ayudar a quien realmente lo necesitará, que mi trabajo fuera significativo para alguien más que el hijo de Sam Walton que nunca está conforme con los millones de dólares que recibe diariamente y siempre quiere más.

Estaba dispuesta a sacrificar lo que tuviera que sacrificar, principalmente mi “exitosa carrera profesional” y en contra de viento y marea, léase mis padres, y a pesar de que todos a mi alrededor juraban que yo estaba loca y que no era más que una simple idealista, pobre niña nice, el destino confabulaba a mi favor y ya había echo todo el plan para mi, y como ya Edipo lo comprobó, es casi imposible ir en contra de nuestro destino.

El 13 de mayo del 2002 a las 6:30 de la mañana, después de un trayecto de aproximadamente 18 horas, llegamos a la central camionera de San Cristóbal de Las Casas, Chiapas; Marcelo y yo, ¿y ese quién es? Se preguntarán si es que están poniendo atención a mi relato. Marcelo, es el hombre que conocí y del que me enamoré perdidamente apenas hacía dos meses atrás y quien decidió acompañarme en esa nueva aventura y es también quien me sigue acompañando en ésta aventura que es la vida.



Desde mi primer contacto con la Fundación hasta que se hizo realidad mi proyecto de trabajar en ella, me encontré con personas de gran calidad y calidez humana, quienes previamente a nuestro viaje nos ayudaron a conseguir una pequeña casita, cuyas paredes estaban pintadas de un extraño color bugambilia con cenefa de flores, que rentamos en el Barrio de San Ramón, en privada de Sonora #3.

Aquella mañana de mayo en que llegamos a nuestra casa nos encontramos con la agradable sorpresa de que estaba ya amueblada con lo básico: una mesa, dos camas, colchones, cobijas, sillas, todo traído del albergue, de las oficinas y hasta de las casas de mis nuevos compañeros, y recuerdo que sentí que había llegado a un hogar, a una nueva familia que nos acogía con amor.

Al principio mi trabajo en el programa de Artesanías, consistía básicamente en corregir todos los moldes de los estilos de la marca Xanval*, pues aunque las prendas de manta combinada con esos hermosos bordados eran atractivas y comerciales, la venta era poca porque les faltaba afinar los detalles en la calidad del terminado, para que al cliente le quedará y se comprará la prenda.

En ese momento el contacto que tenía con las mujeres artesanas era poco, pero gracias al dinamismo propio de la Fundación, mi labor fue evolucionando. En conjunto con el programa de Comercialización, introdujimos nuevos modelos, de los cuales la camisa para caballero, requería de especial atención en la confección, por lo que tuve que acercarme a las mujeres de las comunidades para enseñarles a hacerla la camisa, éste acercamiento no fue del todo agradable más que un acercamiento fue un choque de dos mundos, dos culturas y dos realidades opuestas y, acepto que mi soberbia y perfeccionismo no ayudaron mucho, entendí que literalmente me había metido en camisa de once varas, lo de menos era retirar el modelo por el alto grado de dificultad que representaba para las artesanas confeccionarlo con calidad, pero debido a la buena aceptación que había tenido en el mercado, esa opción ya no era posible.

Lo que a mi no me entraba en la cabeza era ¿por qué a las artesanas les costaba tanto trabajar con calidad?, sin tomar en cuenta el hecho de que sus máquinas eran obsoletas, claro.

Para mi era evidente que sin calidad no había venta, sin venta no había takín, dinero, para pagarles, ni trabajo que darles. Para mi, la calidad era simplemente que cosieran derechito, pero para ellas el concepto de calidad no existía y al parecer no les importaba mucho, total, ya lo habían cosido como habían podido, a la Fundación le correspondía pagarles y ya, para que tanta bulla…La Fundación había invertido mucho dinero en diferentes proyectos, talleres de costura, invernaderos y muchos más, con el fin de ayudar a grupos de indígenas y con la mano en la cintura los grupos los dejaban botados, “qué ingratos que eran”, pensaba yo en ese entonces sin saber lo equivocada que estaba.

¿Y para qué cuento todo esto?, lo cuento porque a mi y a mis compañeros nos tocó vivir y ser parte de un importante proceso que vivió la Fundación León XIII, que pasó de ser un proveedor de trabajo para los grupos de las comunidades indígenas a ser un acompañante de los procesos organizativos de los grupos quienes desarrollaron y se apropiaron de sus propios proyectos autosustentables.

¿Y cómo se logró este cambio? Apertura de mente, retroalimentación con otras organizaciones de la sociedad civil, mucha capacitación al equipo, cursos, talleres, diplomados, foros, pláticas, mucha comunicación dentro de la Fundación y con las comunidades, dejamos de hablar para tratar de enseñarles algo, mejor nos convertimos en unos grandes oídos, aprendimos a escuchar las necesidades, las expectativas, las experiencias de los grupos de hombres y mujeres de las comunidades indígenas, ¡dejamos de hacer por ellos y ellos empezaron a hacer por ellos mismos!, Digamos que fui parte del inicio de una nueva forma de trabajar y apoyar de la Fundación León XIII, que buscaba a toda costa lograr la autosustentabilidad, no sólo de los grupos sino de la misma Fundación.

Por cuestiones personales decidí dejar la Fundación, la parrilla uruguaya “El Charrúa”, que mi compañero había inaugurado con bombo y platillo en el centro de San Cristóbal, en octubre del 2002, nunca funcionó; Marcelo se había acabado su fondo de ahorros manteniendo su negocio y ya no daba ni para pagar una cocinera, y entre los dos lo trabajamos casi un año más hasta que tuvimos que cerrarlo, así sin un peso en los bolsillos, ni un techo, ni un pan que llevarnos a la boca (no estoy exagerando) nos enteramos de la noticia más hermosa de nuestras vidas, ¡estábamos esperando un bebé! Y sin importar que nuestro plan de establecernos como verdaderos hippies en la mágica ciudad de San Cri-cri se arruinara, decidimos que ya nada más teníamos que hacer ahí y un día de mayo del 2004 a las 4 de la tarde regresamos a la Ciudad de México, con nada más que una mano adelante y otra atrás…

Tiempo después, seguí colaborando con la Fundación León XIII; primero, en la ciudad de México dando capacitación y acompañamiento a un grupo de indígenas artesanas migrantes de Chiapas, Oaxaca y Guerrero y, posteriormente a un grupo de mujeres de Aquixtla, Puebla, que con apoyo del gobierno habían montado un taller de costura.

Actualmente, mi hija tiene seis años y yo trabajo en una comercializadora importando productos textiles de Asia e India y vendiéndolos a las grandes cadenas nacionales y transnacionales.

Para concluir, me gustaría agregar que lo que acabo de compartir es meramente mi punto de vista, que lo que viví y aprendí en la Fundación León XIII, Chiapas, no tuvo nada que ver con las expectativas que tenía al emprender el viaje, hasta la fecha no estoy segura de haber hecho algo por alguien más, no sé si lo que aporté le sirvió a alguien, o si alguna de las mujeres artesanas pudo aprender algo de mí, lo que sí sé, es que mi forma de ver la vida cambió, mi forma de vivir la vida cambió, que cada día en la Fundación, cada persona de la Fundación, cada una de las mujeres artesanas me enseñaron algo importante que aún permanece en mi y doy gracias a la vida por haberme permitido tener esa experiencia que a menos que en un futuro por cualquier razón sufra de pérdida de memoria, nunca se borrará de mi mente ni mi corazón.

Saludos y un fuerte abrazo

Katya Preciado

*La marca Xanval, es una marca registrada propiedad de la Fundación León XIII, IAP. , se hizo con el objetivo de confeccionar y vender prendas de vestir de algodón con un toque de bordado que proporcionara trabajo digno y un ingreso a las artesanas contribuyendo así a mejorar su calidad de vida.




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